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EL CAMINO DE SANTIAGO

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El Camino de las Estrellas

Si lo tuyo no es la concha y el polvo de los caminos, pero quieres saber lo que significa recorrer la ruta milenaria, la vía de la reflexión y las leyendas, te invitamos a hacer el Camino que une Roncesvalles con Santiago cómodamente en cinco etapas. No ganarás la indulgencia, pero compartirás el sentimiento que desde hace un milenio inunda el Camino de las Estrellas.

En palabras del propio Apóstol a Carlomagno: “El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán allí peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que obró”. Codex Calixtinus, s. XII

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Roncesvalles – Logroño

(136,9 km: Zubiri, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Torres del Río, Logroño)

Nada mejor para comenzar nuestro peculiar Camino de Santiago que dejándonos envolver por la mística de la Colegiata de Roncesvalles –uno de los mejores ejemplos del Gótico francés en nuestro país- para hacer kilómetros por lo que ya en el siglo XI se conocía como “el territorio más malditamente salvaje de los Pirineos”. Dejaremos atrás Burguete, Espinal, Erro, Zubiri y Trinidad de Arre –antiguo hospital de peregrinos- con hermosísimos bosques siempre presentes y un verdor que enamora. Pamplona bien merecerá un descanso para reponer fuerzas en alguno de los restaurantes cercanos a la Plaza del Castillo. Tras la capital navarra nuestro próximo destino será Estella, aunque el extraordinario puente románico sobre el Arga de Puente la Reina –donde se unen los dos ramales del Camino francés- bien merece otro mínimo alto antes de llegar a Estella, otro de los hitos del Camino, la conocida como la “Toledo del Norte”. Seguimos ruta hasta Logroño, donde descansaremos hasta el día siguiente. Un paseo por su casco antiguo nos abrirá el apetito para cenar de pinchos por la calle Laurel, auténtico deleite para los sentidos: unos cuantos riojas acompañados por las tapas que tan merecida fama han dado a la emblemática “Senda de los Elefantes”, serán un colofón perfecto a la primera jornada de nuestro viaje.

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Logroño  – Carrión de los Condes 

(204 km: Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, San Juan de Ortega, Burgos, Castrogeriz, Frómista, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes)

Dejaremos La Rioja tras Nájera –Corte de Reyes del Reino de Navarra- y Santo Domingo de la Calzada, otro hito del Camino donde pararemos para tomar un café y ver el gallo y la gallina en la catedral; la leyenda cuenta que allí cantón la gallina después de asada. Seguimos haciendo ruta –ya en plena Castilla tras haber dejado atrás los Montes de Oca- hasta San Juan de Ortega y su deslumbrante monasterio fundado en el siglo XII, con la vista puesta en Burgos. Allí podremos comer tras una fugaz, pero imprescindible, visita a su histórica catedral gótica, Burgos, hito del Camino, bien merecería unas horas de más para disfrutar del monasterio de las Huelgas o de la Cartuja de Miraflores, pero para deleitarnos con la iglesia de San Martin –joya absoluta del Románico- hay que dejar la capital burgalesa. Aquí, en Frómista, la parada es obligada, ya con Carrión de los Condes a lo lejos. A la derecha dejaremos Villalcázar de Sirga y su  iglesia de Santa María la Blanca, y ya de noche llegaremos a Carrión –citada en el Codex Calixtinus como villa próspera y excelente, abundante en pan, vino, carme y todo tipo de productos-. La visita al impresionante pantocrátor de la iglesia de Santiago será nuestro primer deber para mañana.

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Carrión de los Condes – León        

(91 km: Sahagún, Bercianos del Real Camino, El Burgo Ranero, Reliegos, Mansilla de las Mulas, León)

Estamos en plena Tierra de Campos, jornadas duras para el peregrino con rectas sin fin y el verdor del Norte en el recuerdo. Tomaremos la Vía Aquitania, una antigua calzada romana de 12 kilómetros en la que el sol castiga sin piedad al peregrino. La llegada a Sahagún, que creció al abrigo del monasterio benedictino de San Benito, nos sorprenderá por sus vestigios mudéjares –que construían con ladrillo en vez de piedra- especialmente en la iglesia de San Tirso. Pasaremos por Bercianos del Real Camino Francés, Reliegos y, a pocos kilómetros, llegaremos a Mansilla de las Mulas, escenario de la obra del Siglo de Oro “La pícara Justina” y que llegó a contar con cinco hospitales para pobres y peregrinos. Apenas unos kilómetros nos separan de León, ¿qué decir de la ciudad “sede de la corte regia y provista de todo tipo de bienes”? Nacida a imagen de la de Reims, su catedral nos dejará sin hablar al contemplar sus filigranas y vidrieras. Antes del reconfortante sueño visitaremos los inigualables frescos románicos de San Isidoro y nos dejaremos ver por “El Húmedo” para dar gusto al cuerpo. Buenos caldos y tapas de calidad, ¡nos lo hemos merecido!

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León – O Cebreiro              

(151 km: Villadangos del Páramo, Astorga, Rabanal del Camino, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, Vega de Valcárcel, O Cebreiro,)

Atravesando el Páramo leonés llegaremos a Astorga, habiendo dicho adiós a Villadangos del Páramo y Hospital de Órbigo, tierra maragata que traslada al peregrino la sensación de que el final, ya sí, está más cerca y no es un imposible. Impresionados aún por el conjunto que forman las murallas, el Palacio Episcopal obra de Gaudí y la Catedral de Santa María, nos detendremos más adelante, ligeramente apartado del Camino en Castrillo de Polvazares, para tomar un café y dar un paseo. Rápido paseo porque nos esperan la Cruz de Ferro –habrá que colocar una piedra como miles de hombres han hecho durante siglos- Rabanal del Camino y Ponferrada, donde su castillo templario no superará la sensación producida por la cercana iglesia de Santiago de Peñalba, joya del Prerrománico hispano. El Bierzo nos reconforta con paisajes de ensueño, poco a poco nos acercamos a O Cebreiro, siempre atentos a pueblos con encanto como Cacauelos, Villafranca del Bierzo –allí los peregrinos enfermos recibían la bendición jubilar si no podían seguir adelante-, La Faba y Laguna de Castilla. Remontaremos el puerto de Piedrafita para pernoctar en el encantador O Cebreiro, ¡ya estamos en Galicia!

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O Cebreiro – Santiago de Compostela      

(151 km: Triacastela, Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Arca, Santiago de Compostela)

Hoy llegaremos a Santiago, aquí, por la cercanía, sí que sentimos eso que llaman el “espíritu jacobeo”; ha vuelto el verdor de hace unas jornadas, ¡qué lejos queda Navarra! Triacastella es famosa porque era aquí donde “los peregrinos cogen una piedra y la llevan consigo hasta Castañeda, donde se usa para obtener cal destinada a las obras de la basílica del Apóstol”. Más tarde nos detendremos junto a Sarria en el monasterio benedictino de Samos, cuyo origen data del siglo VI. Justo antes de Ferreiro nos cruzaremos con un mojón que nos avisa de que sólo nos separan 100 km de nuestra meta. En el nuevo Portomarín admiraremos la iglesia románica que hasta allí se trasladó, piedra a piedra, en 1960, recordando en Palas de Rei que estamos cerca de los Pazos de Ulloa. Ya en Leboreiro pisaremos por fin suelo coruñés, haciendo un alto en Arzúa para reponer fuerzas físicas, que no de espíritu porque están a tope, con su famoso queso. Con el cuerpo y la mente radiantes ascenderemos el Monte do Gozo y nos detendremos unos minutos –o unas horas si nuestro ánimo así nos lo demanda- para disfrutar de la vista: al fondo adivinamos las torres barrocas de la catedral de Santiago. Lo que parecía una utopía es ya una realidad, hemos recorrido el mismo camino que desde hace siglos los peregrinos han convertido en la ruta más importante de la cristiandad.

Santiago de Compostela

Santiago bien merece un día de descanso para deleitarse con todo lo que Compostela puede ofrecer. A primera hora admiraremos el impresionante Pórtico de la Gloria del maestro Mateo, compuesto por un triple portal con más de 200 estatuas policromadas por el que entraremos al interior, donde podremos ver el vuelo del Botafumeiro, que recorre uno de los brazos tirado por ocho tiraboleiros. Ni mucho menos acaba aquí Santiago, la oferta de iglesias, ermitas y edificios de interés es interminable, pero no conviene agotarse intentando verlo todo. Vale más pasear con calma y disfrutar del inigualable ambiente mezcla de peregrinos, estudiantes y boquiabiertos turistas. Luego un buen vermú por la calle Franco, entre ribeiros de barrica y mariscos de la tierra, y tras la siesta, un café pensando si mañana nos acercaremos hasta Finisterre, allá donde el mundo acababa…

       Total kilómetros Roncesvalles – Santiago de Compostela:          734 km

DONDE CANTÓ LA GALLINA DESPUÉS DE ASADA

La visita a la catedral de Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, nos llena de asombro: un gallo y una gallina campan a sus anchas por una curiosa hornacina gótica en recuerdo del milagro del santo. Al parecer, en plena Edad Media un peregrino fue injustamente acusado del robo de una copa por una mesonera rechazada en su amor y rápidamente fue ahorcado a la entrada del pueblo. Cuando sus padres acudieron a recoger el cuerpo vieron que aún seguía con vida gracias a la protección del santo; informado el juez del hecho afirmó que el peregrino estaba tan vivo como el gallo asado que se iba a comer. Al punto el animal tomó vida, se levantó de la fuente donde reposaba y cantó.

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Coronamos la cima de una colina llamada Monte del Gozo, desde donde contemplamos el tan anhelado Santiago, a media legua de distancia. Cuando lo vimos, caímos de rodillas y empezamos a llorar de alegría y a cantar el “Te Deum”, pero no pudimos recitar más de dos tres versos pues la gran cantidad de lágrimas vertidas por nuestros ojos no nos dejaban articular palabra. La emoción que estremecía nuestros corazones y los continuos sollozos nos obligaban a interrumpir el canto, hasta que, por fin, desahogados por el llanto, que poco a poco iba cediendo, volvimos a entonar el comenzado “Te Deum” y de este modo, cantando, hicimos el descenso hasta el burgo”.

         Domenico Laffi, peregrino italiano del s. XVII

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