Carlos Aragón pertenece a esa raza de viticultores anónimos, esa casta de los que elaboran su propio vino con la ayuda de los amigos y de su afición. No tienen viñas, tampoco demasiados medios, pero sí devoción por este mundo. Y sobre todo, ¡el vino les encanta! Tampoco andan sobrados de tiempo, pero exprimiendo un fin de semana aquí y otro allá, y alguna tarde que roban a sus negocios, hacen su vino. Sigue leyendo