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NO ESTABA LOCO. BODEGAS ARTUKE

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Los 100 puntos con los que Tim Atkin acaba de encumbrar a La Condenada de Artuke suponen el reconocimiento al duro trabajo de los De Miguel, una familia de Baños de Ebro que lleva muchos años bregando en la viña. Lejos quedan los graneles y la venta de cajas con la furgoneta por Bilbao, Logroño o Vitoria, el presente se conjuga con una puntuación que alcanza los tres dígitos.

Un reconocimiento extensivo también a la multitud de jóvenes viticultores riojanos que han tomado el testigo de los mayores con un objetivo: poner en valor pequeños viñedos de enorme valor enológico que antes se perdían en los “volúmenes”.

Este premio que recoge Arturo de Miguel supone un impulso a esa pequeña revolución teñida de esfuerzo, ilusión y trabajo de la nueva generación de “treintañeros” que se niega de plano a que grandes vinos vayan a la mezcla, alzándose con convicción en contra de decisiones que miran más los miles y miles que los cientos de litros.

Esta revolución “no silenciosa” avanza en Rioja con gente como Arturo. Y con viticultores como los que conforman el grupo de Rioja&RollBárbara Palacios, Alegre Valgañón, Alonso y Pedrajo, Tom Puyaubert, Bryan MacRobert y el propio Arturo de Miguel– o chavales como los de la foto inferior constituidos como Martes of Wine –Miguel Merino, Jose Gil, Ricardo Fernández, Miguel Eguíluz y Víctor Ausejo– que reivindican otro Rioja. Nombro a una docena, pero hay más, muchos más, y vienen pisando fuerte y exigiendo su lugar en la DOCa con vinos de auténtica categoría nacidos desde los Obarenes hasta Aldeanueva. Como me comentaba Jose Gil, “huimos de los vinos aburridos, pensamos que los grandes vinos destacan no por su perfección, sino por su personalidad”. Bienvenida sea la llegada de este soplo de aire fresco.

Me recibe el de Artuke en otra de sus viñas emblemáticas, Finca Los Locos, allí arriba del pueblo, allí donde únicamente la viña sobrevive y da lo mejor de sí. Cuando el abuelo de nuestro protagonista, don Cesáreo, hincó la viña en este paraje dejado de la mano de Dios, a 550 metros de altura, fue tildado por sus paisanos de loco. ¡Bendita locura!

“En el pueblo todo el mundo compraba en las zonas más fértiles y él fue en dirección contraria. Claro, la comidilla era que se había gastado las perras monte arriba. ¡Está como una cabra!”, decían. Pero a veces el tesoro se encuentra donde nadie daría un duro por encontrarlo. Y ahí Cesáreo creyó en una parcela incomprendida e invirtió sus ahorros en un terreno pobre de gravas y calizas, difícil de trabajar, por tener más superficie. Los abuelos sí que sabían… 

Y es que el tiempo, y más en la viña, coloca a cada cual en su sitio. “La parcela la compra allá por el sesenta. Pasa el tiempo y justo el año que nazco yo, 1981, mi padre y mi abuelo la plantan con algo de viura, tempranillo y graciano en la parte más soleada. Sí, a veces se queda un poco justo de grado, pero mi concepto es hacer vino de este lugar privilegiado, no sólo cuando la añada es buena, hacerlo con las variedades que conviven todo el año”.

Quinta generación de viticultores pero segunda de bodegueros. Una generación que viene con la mochila cargada de ideas. “Aparte de pasión, hay que poner detalle y precisión, y con mi modelo de bodega puedo hacerlo”. Porque a veces el concepto sostenibilidad es muy etéreo, cuidar la viña, buscar su equilibrio y, también, ése que consiste en poder parar: “Marcharme a la viña a pasear o sentarse en el banco a ver pasar tractores y charlar con los mayores. Esa es mi sostenibilidad mental”, me confía Arturo, “no quiero crecer y perder esos lujos”.

El equipo en bodega es de la zona, de Cenicero, Ábalos y Logroño, con su hermano actualmente mucho más enfocado al campo. La bodega es propiedad de Arturo, “Kike prefiere campo y me vendió su parte de la bodega. Eso sí, las uvas de sus viñas siguen viniendo a Artuke”.

“Entre mi hermano y yo tenemos unas 30 hectáreas que trabajamos desde 2008 en «eco», aunque fue en 2019 cuando pedimos la certificación para las de mayor calidad”. Pero las decisiones en una bodega casi nunca se dejan al albur, “tengo un punto de inflexión en 2011 cuando nace mi hijo con alergia a algunos alimentos. Me toca leer mucha etiqueta y me doy cuenta de toda la basura que comemos; ahí me tiro de cabeza a lo «eco» y en bodega tomamos conciencia de trabajar sin pesticidas mirando por el futuro del pueblo y la comarca”.

La última “locura” de Arturo viene precedida de una  penúltima. Haciendo suyo el concepto Rapolao en el Bierzo, quiso unir en una caja distintos vinos de Baños de Ebro etiquetando con la misma marca, pero no terminó de cuajar. Queda pendiente… Pero la última sí que está en marcha. “Tengo seis amigos que son proveedores de bodegas, les propuse hacer como una escuela de viticultores donde cada uno ponía en valor su nombre haciendo su vino con total libertad, elegís la uva y lo elaboráis como queráis. ¿Quién te dice que alguno no acaba haciendo su bodega? Sería una maravilla”.

Al firmar la despedida Arturo me mira y deja caer eso de… “Fernando, ¿quieres ver la sala donde criamos los vinos? Me cuesta responderle el tiempo que empleo en unir tres palabras, “claro que sí”. Allí, ya con un vaso de Los Locos en la mano, conozco al Arturo más cercano: “La viña es un trabajo de solidaridad. No hacemos tornillos, ¡hacemos vino! Yo planté en 2013, pero tengo de 1920 y de 1981, es decir, alguien se esforzó para que yo disfrutara de ese viñedo viejo; y para cerrar esta especie de círculo vital hay que entender que yo también tengo que plantar para los que vendrán. Y así convivirán viñedos de cien años, de cincuenta y de diez, un ciclo equilibrado de vida. Yo me voy a ir pero el viñedo se va a quedar, como el que plantaron mi abuelo y mi padre para nosotros”.

Sí señor, a eso yo lo llamo solidaridad. Solidaridad de la buena, de la que hace que todos los que amamos el vino nos emocionemos un poco pensando en los que nos precedieron y en los que vienen por detrás. 100 puntazos a tu forma de ver la vida, ¡felicidades Arturo!

Un pensamiento en “NO ESTABA LOCO. BODEGAS ARTUKE

  1. Enhorabuena a Artuke. Y también a Fernando por tu escritura precisa, que consigue iluminar aspectos que, a los no entendidos, se nos escapan.

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