Este artículo es una muestra de reconocimiento hacia dos personas, estas líneas hablan de dos viticultores y una ilusión. Los nombres de los protagonistas, Luis Valentín y Carmen Enciso; el del sueño, Valenciso. Un proyecto que desde Ollauri reivindica el rigor como forma de entender un mundo, el del vino, en el que el tiempo pasa dando la razón a unos y quitándosela a otros.
1998 fue la fecha que marcó a estos dos riojanos. “Llevábamos trabajando un montón de años en Bodegas Palacio hasta que cambió de manos. Teníamos la oportunidad de seguir o lanzarnos a hacer nuestro vino, el vino que siempre quisimos hacer. Hubo dudas, ¡cómo no!, pero hay momentos en que tienes que tomar decisiones”, comenta con un deje de nostalgia Luis. El sueño se ponía en marcha con el objetivo de crear un espacio donde la serenidad y el respeto por la tierra marcaran su ritmo.
Siempre basando su trabajo en los tempranillos de La Rioja Alta, los primeros vinos nacieron “de alquiler”. La bodega no se terminó hasta 2006, cosecha en la que todo el proceso se pudo hacer en las instalaciones de Ollauri. Pero desde aquellas primeras 24.000 botellas a las 120.000 actuales la filosofía ha sido siempre la misma: vinos sutiles marcados por el roble francés que, apunta Luis, “aporta mayor elegancia a unos tintos que no buscan la concentración ni la extracción”. Caldos de lenta evolución marcada por esa acidez tan propia de las 14 parcelas localizadas en Ollauri, Briones, Haro, Rodezno y Villalba que surten a Valenciso. Luego vendrán la constancia y el trabajo en bodega, saludables hábitos que modelan caldos que conjugan la ecuación de finura, complejidad y equilibrio. Silky depths que dicen en su jerga los anglosajones…
Todo llega desde el viñedo, ése que, no nos engañemos, da y quita razones cuando descorchas un vino. “El vino empieza en el viñedo y sin un buen trabajo durante todo el año, en septiembre no tendremos lo que buscamos. Somos fervientes seguidores de la viticultura sostenible en la que, en la medida de lo posible, no utilizamos productos químicos. Luego vienen los aclareos, una mínima poda en verde si lo pide la vid y, finalmente, elegir con exactitud matemática la fecha de vendimia. Nosotros intentamos vendimiar con un mínimo de antelación para preservar la acidez que buscamos. Sólo queda preservar la carga de la vid para que nunca sobrepase los 5.000 kilos por hectárea y saber sacar y aprovechar lo mejor del clima atlántico de esta zona”. Contado así parece hasta sencillo.
Ya en bodega la uva va a los tanques de cemento –aquí el inoxidable brilla por su ausencia- con fermentaciones a unos 29 grados, mínimos remontados y dejando que el vino tome sus propias decisiones. Nunca se provoca la maloláctica, pero normalmente por mayo/junio está listo para entrar en barrica. Barrica francesa que se renueva en un tercio cada año, con cierta predilección por la tonelería Radoux en busca de mayor presencia de las especias sobre los torrefactos.
Con esta forma de trabajar, cosecha tras cosecha, en Ollauri fueron atesorando “noventas” en la prestigiosa lista de Parker. No había añada sin que su reserva superara de largo esta cifra. La férrea voluntad del bodeguero paría un año sí y otro también vinos reconocibles que, huyendo de la moda de tintos de gran estructura, se decantaban por la sutileza, con una paleta aromática de volumen. Y ahí se hicieron fuertes.
Pero la gente inquieta siempre busca algo más, para este tipo de gente lo fácil se convierte en monótono y llega el aburrimiento, sin riesgo no hay gloria debieron pensar los valencisos… De esta manera nació, casi a escondidas, gracias a la curiosidad que a veces te lleva al milagro, el Valenciso Diez años después.
“El Diez años después fue una suerte de experimento. Siempre hemos sido fieles al cemento porque es mucho menos extractivo, sedimenta mejor y pierde poco color en la maloláctica; hace maravillas. De la cosecha 2005 seleccionamos una partida que reposó durante cinco años en cemento, sí, sí, ¡cinco años!, pasando luego a barrica donde estuvo otros 45 meses en roble ruso. Queríamos ir un paso más allá de nuestro reserva en busca de algo nuevo. Finalmente lo embotellamos en junio de 2015. El resultado es esta etiqueta de la que sólo hay 3.000 botellas. Estamos encantados y pensando en sacar un hermano de la cosecha 2007. Pero todavía quedan dos años, habrá que ver cómo evoluciona”.
Una década más tarde de su vendimia este 2005 está, sorprendentemente, en plena forma, con un tempranillo poderoso que sigue vivo. Tímido al principio, se abre con fuerza dominando en boca el fruto rojo maduro, algo de guinda incluso, con gran complejidad aromática y un equilibrio de libro. Ni una arista, ni un signo de fatiga en copa. El “vino de volumen esférico” que Carmen siempre ha perseguido. Es, como diría algún enamorado de esta bodega, un Rioja capaz de empujarte desde el mero placer al abismo del pecado. Dicho queda.
Ya está en bodega la añada 2016. Otro año de trabajo recogido hace unas semanas. Valenciso es presente pero también futuro: “La uva ha entrado con una sanidad excelente. En cierta manera me recuerda a la cosecha de 2004, donde hubo cantidad y calidad. Como dicen los abuelos de Ollauri, “las viñas necesitan las noches de octubre”, y este año las han tenido. Las perspectivas de calidad son inmejorables”. En Navidad saldrá a la venta la añada 2010 del reserva, que compartirá protagonismo con el magnífico blanco de 2015 y un “anecdótico” rosado del que únicamente se elaboran unos miles de botellas.
Rigor, paciencia y trabajo en la bodega de Ollauri. La vida sigue igual, nada nuevo bajo el sol. Pero conversando con Luis y Carmen descubrimos que todavía hay un montón de cosas que nos quedan por descubrir. Eso es bueno. En Valenciso parece que hayan encontrado la fórmula de la felicidad, lo que tocan se convierte en placentero. Que dure, que dure muchos años…
5 noviembre, 2016 en 2:10 pm
Una delicia de vinos.
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