QUIEN A RIOJA VINO…

TODO EL MUNDO DEL VINO DE RIOJA A UN SOLO CLIC

EL MECANO DE BODEGAS TRITIUM

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No sé quién dijo aquello de que “el idealismo es el último lujo de la juventud”, pero la frase clava el ideario de Francis Rubio y Javier Fernández Salinas. Dos viticultores que han levantado una bodega con el idealismo como guía. De otra manera no se entiende su forma de actuar, “las cosas hay que hacerlas bien, se hacen como creemos que deben hacerse o no se hacen. Por ejemplo, la cosecha de 2013 no fue lo buena que esperábamos y nuestros vinos top de graciano y garnacha no saldrán al mercado”, nos indica Francis, el enólogo de Tritium. Toda una declaración de intenciones que deja claro que, al menos aquí, las palabras no se las lleva el viento.

Sus comienzos son como los de otros tantos viticultores riojanos. La viña vieja que se salvó de la “quema” -la de hace 30 ó 40 años en la que todo viñedo entrado en años parecía que era viña que debía ser arrancada y relevada por tempranillo, ¡el boom del tempranillo productor!- llegó a sus manos heredada de sus padres. Viña vieja de Cenicero, ahí es nada.

Durante años siguieron vendiendo sus uvas a bodegas de Cenicero, hasta que un buen día se plantaron y decidieron dejar de vender a otros para lanzarse a hacer vino como ellos lo entendían. Esas vides lo merecían, estamos a finales de 2005. Diez años más tarde han recuperado un precioso calado del siglo XVI en pleno Cenicero y, sobre él, han levantado una bodega con mucho gusto, pequeña y coqueta. Todavía siguen elaborando y embotellando fuera, pero el vino ya se cría en su propia bodega. Todo el respeto para ellos y sus cien mil botellas por cosecha.

Únicamente decir que todos sus vinos de autor se embotellan con etiqueta genérica porque son envejecidos en barriles de 500 litros para librarse de ataduras indeseadas: “Pensamos”, nos cuenta Francis, “que a la estructura y calidad de nuestras uvas les va mejor un toque sutil del roble, queremos que mande el fruto y este tamaño respeta mucho más la fruta”. Y es ahí donde comienza la esencia de esta historia de unas barricas que nacieron en Gaillac y que morirán dentro de unas vendimias en Cenicero. “Queríamos hacer las cosas como antes, así lo entendemos nosotros, y la barrica de 225 litros no nos servía”, dice uno mientras el otro asiente, “las de 500 litros van más con nuestra filosofía. Queríamos estas barricas, pero claro, si nosotros apenas podemos colarnos por la entrada del calado, ¿cómo iban a entrar estos grandes toneles?”.

La solución vino de la mano de una tonelería de Gaillac –Tonnellerie du Sud Ouest– que propuso montar las ocho barricas en Francia, desmontarlas para que viajaran a este rincón de La Rioja Alta y volver a montarlas en la bodega. Dicho y hecho. El mecano de Tritium…

Cada uno de estos grandes toneles consta de 42 duelas de roble de la zona de París de diferente anchura que se alternan en su unión; sí es común el grosor: 27 mm. Su DNI concluye apuntando que el tostado es medio, pero hecho con especial mimo, ya que si en general los tostados se hacen en 35/40 minutos, éste lo hace con baja intensidad durante 70.

Y en ésas estábamos, tomando datos y disfrutando de una deliciosa garnacha en el calado, cuando los dos maestros toneleros llegados de Gaillac comenzaron su curiosa danza del montaje de la barrica. Martillo en mano, sosteniendo uno el zuncho de montaje y el otro colocando con la precisión de un cirujano las duelas acorde a su numeración, fueron dando forma a la protagonista de todo este batiburrillo: la barrica. Mazo arriba, mazo abajo ajustando los cellos, el ritmo y la precisión de la coreografía alrededor de la barrica, música rítmica que hizo que reinara el silencio.

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No les costó terminar la obra más de 15 minutos, pero fueron minutos intensos. Un cuarto de hora en el que por mi cabeza desfilaban todas las edades del vino: tras la vendimia la poda, el lloro, llega el desborre y luego la floración; después del envero la uva cambia de color y ya por septiembre la cuenta atrás para la vendimia. Ya en bodega la uva, el fruto de un año de trabajo, fermenta y entra en roble… ¡precioso tránsito que se repite cosecha tras cosecha y al que nosotros asistíamos mudos viendo trabajar a los toneleros franceses!

Duelas, cellos, tapas y a descansar al durmiente. El resultado es una barrica de alrededor de 500 litros, 1,10 metros de altura y unos 60 kilos de peso. Toda una escultura de roble que, en breve, contendrá en su panza lo mejor de Tritium. Roble francés, que no americano, en busca de la complejidad que le otorga ese grano fino propio del quercus sessilis.

En La Rioja comúnmente se ha elegido el americano para las grandes producciones y el francés para los vinos tope de gama, algo lógico si pensamos que el precio de uno duplica al del otro -400/800 euros más o menos para la consensuada en la DOCa de 225 litros-. La razón de esta disparidad de precio viene por el hecho de que uno se consigue por simple aserrado, mientras que el otro llega por el hendido, por lo cual se desperdicia mucha materia prima. En pocas palabras se podría decir que el roble americano transmite sus cualidades al vino en menor tiempo y con menos sutileza, mientras que el de nuestros vecinos franceses lo hace a largo plazo pero con mayor delicadeza.

Como despedida el amigo Salinas sacó de la cuba unos gracianos sensacionales. El ’14 prácticamente para llevar a la botella, potente, estructurado, graciano que debe recuperarse como casta autóctona y diferencial; y el ’15 una maravilla que necesita doma y tranquilidad. Quedó apalabrada una cata para dentro de unos meses, cuando ambos hayan crecido y madurado. Tic-tac, tic-tac… ya estoy contando lo que falta.

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