Jornada de aprendizaje vitivinícola la que nos tocó vivir ayer en el Gastrobar Torres de la calle San Juan, que ahora se llama así. Podría decir la que nos tocó “sufrir”, pero mentiría, fue toda una gozada. Y lo fue porque los vinos que de la mano de su enólogo Alejandro López nos presentó Bodegas Bilbaínas fueron de órdago. Empezó la cosa floja con el Viña Pomal Blanco 2012, un 70-30 de Viura-Malvasía que necesita algo más para destacar. Ese algo más que quizá traigan las 10 hectáreas de Tempranillo Blanco que la bodega acaba de plantar en Haro; lo necesita.

Vino luego el cava de la casa, el Royal Carlton, preludio de los tintos que han hecho grande a Bilbaínas. Todo un batallón de Vicalandas que nos dejaron boquiabiertos: de entrada el 2009 que en breve saldrá al mercado. Es el niño mimado de la bodega y nunca defrauda, esta añada tampoco. Luego vendría el Gran Reserva 2008: grande, redondo, todavía por crecer pero ya toda una realidad. Para descorchar sin miedo a fallar, aunque pidiendo, casi exigiendo, la guarda de unos años para dar de sí todo lo que lleva dentro.

Pero lo mejor de la noche llegó con una pequeña maldad que nos preparó Alejandro, uno de esos “experimentos” que las bodegas celan en sus calados y que pocas veces salen a la luz: dos Vicalandas de la añada 2012 –sí, embotellados ex profeso la misma mañana de la cata- con un único punto en común, la uva. A partir de ahí uno pasaba por barrica de roble francés –lo habitual en este vino- y el otro por americano. Lo dicho, una delicia para aprender de primera mano, o de primer trago, los diferentes matices que ofrece la madera. Más sutil y elegante a estas alturas el americano, más complejo y exigente el francés; de cualquier forma, toda una lección de lo que puede cambiar un mismo vino según el camino que el enólogo decida para su futuro. Dentro de cuatro o cinco años veremos el resultado definitivo…